lunes, 8 de diciembre de 2014

La Carrera de Rocio Espejo: V Maratón Cabberty Málaga


Los principios siempre son iguales, frío, nervios, ganas de hacer pipí, el olor a reflex, algún comentario gracioso... Cuando sales tengo la sensación de tranquilidad, no hay jaleo, todos sabemos lo que valemos y empiezas a disfrutar. A Blas Correal Naranjo lo veo en El Palo, o los ves al principio o ya no los ves, poco después es Silvia Cañadas López la que pasa muy bien acompañada, luego alguien del club nos anima suavemente, y los ánimos saben a gloria. Me doy cuenta de lo bien que van por el rato que tardo yo en dar la vuelta. Luego sale el sol y el tiempo es bendito, me quito los guantes y me acuerdo de Silvia y el viento. Los pasos y el asfalto se hacen uno, la ciudad pone las calles y uno se dedica a correr, hasta que llego al estadio, allí espera el viento, que no me deja respirar, hay un ruido de fondo que me impide escuchar la música, me doy cuenta que soy yo, que jadeo como una cafetera dejando escapar el vapor, yo he estado aquí muchas veces sin este cansancio, mis piernas siempre me llevan, pero ahora sólo escucho el jadeo. David nos deja y le aseguro a Javier Alvarez Aldeán que a mi ritmo llego. Y me cree. Y consigue sacarme de esas calles sin salida. Llegamos a La cruz de Humilladero y vuelve a ser Málaga, y vuelven los kilómetros con las frases de aliento. Tengo las manos frías e hinchadas. En el puente de las Américas está mi club de fans, Javier me avisa y yo sólo quiero arrodillarme y pedir clemencia por haber sido tan osada y Sabina corre hacia mí con su gorro y su bufanda burdeos, y sé que Pepi toca el tambor, y Paco me está mirando y todo pasa, Javier me pone los guantes y me aprieta las manos, y ya estamos en el último tercio, ya estamos en Málaga y estos kilómetros sé que son la incógnita pero sobre todo sé que son el premio. Vuelve el viento por las ranuras del río. Vuelve el cansancio. Vuelven Esther y Alfredo y vuelvo a llorar. Lo que no sé es lo que voy a sufrir en Ciudad Jardín, no sé que los kilómetros no pasarán, no sé que aparecerán las ampollas. Lo que sí sé es que es cabeza, y la cabeza hace su trabajo y me lleva hasta la vuelta y allí la carrera me da un respiro, son otra vez mis piernas. Ya hay gente en las calles, ya falta tan poco. Ya se ve la Alcazabilla. Cuando llego a la catedral no tengo fuerzas ni para emocionarme. Y es la Calle Larios la que me recoge, como una catedral hecha de luz y de sol. Javier me pide el teléfono. Hace ya mucho rato que se acabó la música. Hay tres viejas sentadas y una de ellas me dice que voy muy despacio. Al girar la curva una chica rubia de avisa que ya está a 200 m. Y veo el arco de meta a lo lejos. Y Andrés, el papá de Adrián nos anima, esto no lo hace todo el mundo, y cuando llego a él soy consciente que lo he conseguido, que esta vez soy yo la que está dentro, en ese momento estoy en el grupo de los héroes. Esther me abraza y cuando paso la línea de meta pulso el garmin y me mantengo en pie, porque ya soy maratoniana. Y me abrazo a Javier y vuelvo a llorar. Y él llora conmigo.

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